6.04.2009

PRESENTACIÓN por Juan Francisco Viruega

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ESTOCOLMO guarda dos componentes narrativos: el que aflora a la superficie a través de alumnos pequeños que asisten a clases de piano, y el asfixiante enjambre de emociones soterradas de dos niños encerrados en cuerpos de adultos: ADELA y su padre CLAUDIO, un concertista retirado.
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Está el tiempo que transcurre dentro de la casa, y la vida que se desarrolla fuera de ella. Por debajo del silencio, permanecen los vestigios de cortinas echadas, melodías inquietantes y portazos, de escapadas imprevistas y cambios periódicos de domicilio.
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Bajo el cielo plomizo de Madrid, ADELA se asoma a una ventana abierta a la recuperación de los años interrumpidos, se aprueba y se desmiente, se transfigura en cisne y atraviesa el bosque de sus propias contradicciones. Como la Odette de Tchaikovsky, ADELA descrubre una oportunidad para romper el hechizo: MIGUEL, un joven de mirada traslúcida. Sólo que antes de iniciar ese viaje, tendrá que acabar una partitura pendiente.

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